Como fruto de las “cosas buenas que nos trajo la pandemia”, hoy se intenta anclar como “nueva normalidad” un modelo educativo neoliberal que puja por instalarse en nuestro país desde hace varias décadas. La producción teórica en favor de la virtualidad para América Latina, comenzó a incrementarse a fines de los años 90 con el impulso del Proceso de Bolonia, llegando a fundar “universidades a distancia”.

Sobre la naturalización de este modelo poco se ha dicho públicamente. Por eso reivindicamos el documento elaborado por el Grupo de Redacción de la Asamblea de Estudiantes de Educación, Pensar la enseñanza universitaria después de la pandemia (invitamos a leer), el cual plantea argumentos pedagógicos y políticos de peso, a los que hasta ahora NADIE HA PODIDO RESPONDER.

En consonancia con el documento mencionado, entendemos que el modelo educativo virtual se apoya sobre tres patas: a nivel económico, el recorte presupuestal de la Educación Pública; a nivel pedagógico, la precarización de la enseñanza y del desarrollo académico de la Universidad pública; a nivel político, la desarticulación de los gremios y sindicatos de la enseñanza.

Comenzamos por el pilar más evidente: el recorte.

Como asume el señor Claudio Rama, asesor de este gobierno en materia educativa, continuador de la línea política de su tío Germán Rama, y referente, mucho antes de la pandemia, del modelo pro virtualidad en la región:

La virtualización como proceso de incorporación tecnológica puede ser inversamente proporcional a la participación del componente laboral docente en el aprendizaje educativo […] La ecuación de costos muestra en las instituciones un menor peso proporcional de los docentes (salarios) y uno mayor de los equipamientos, bibliotecas y otros recursos de aprendizaje. La incorporación de tecnologías educativas digitales impulsa también la virtualización administrativa, normaliza la gestión, simplifica los procedimientos y abarata los costos de los procesos administrativos (2).

Como vemos, en contraposición a la lucha histórica de los gremios y sindicatos de la enseñanza, que han dejado la vida en denunciar las carencias de la Educación Pública, esta perspectiva política apunta a recortar el presupuesto de las instituciones públicas de enseñanza con la varita mágica de la virtualidad, que aparentemente soluciona todos los problemas sin poner un solo peso.

Este modelo recorta en obras edilicias instalando plataformas virtuales; recorta salones de clase, “suplantantándolos” con salas web; recorta cargos docentes y horarios para poder cursar, reproduciendo clases grabadas, y recorta en becas estudiantiles, asegurándose de que te quedes en casa.

Lo que ha demostrado un año y medio de virtualidad, y hoy la enseñanza “mixta”, es la precarización del trabajo docente, especialmente de los cargos en formación (grados 1 y 2), que vienen aguantando sobre sus hombros gran parte de la recarga de tareas que supone la enseñanza a distancia o “semi presencial”.

El segundo pilar es la precarización de la enseñanza pública y su desarrollo académico.

La virtualidad apuesta al alejamiento de docentes y estudiantes del espacio público, construyendo un vínculo mediado por lo privado que nos repliega a la individualidad, adecuando nuestra enseñanza a las lógicas del mercado, alejándonos de las demandas de los sectores populares y de la problematización colectiva de estos asuntos, y desmembrando el caluroso espacio de discusión fluida, necesario para el aprendizaje y para el desarrollo disciplinar.

Tal como nos señalan estas estudiantes de Educación, esta apuesta por el repliegue individual supone la pérdida de un derecho inherente al estudiante: el de poder suspendernos de nuestros otros roles para colocarnos en el lugar del sujeto de la enseñanza.

“mientras estamos en clase, mientras habitamos la facultad con el cuerpo y con la voz, podemos permitirnos ocupar el lugar del sujeto que decide encontrarse con saberes y aprender [...] Suspendemos el rol de madre/padre, de trabajador/a, de hija/o, hermana/o o tía/o; suspendemos las tareas domésticas, los conflictos familiares y cualquier otra responsabilidad con la que cargamos a diario. Suspendemos, por un momento, nuestra cotidianeidad”

La Profesora Alma Bolón habla de este derecho como la “distancia necesaria”, destruida por la enseñanza a distancia: “Ya sea para enterarse y pensar sobre lo lejano e impalpable, o sobre lo inmediato e hiriente, la distancia es fundamental. Esa distancia es inherente al pensar, esa distancia es el pensar, en su ir y venir reflexivo” (Bolón, A. 2020).

El texto de las estudiantes de Educación nos brinda un buen panorama de la infinidad de situaciones de la vida privada que cercenan esta distancia necesaria (recomendamos su lectura para una profundización).

El propio Rector Rodrigo Arim, en el CDC de la UDELAR, y la propia Decana de la FHCE, Ana Frega, en el Consejo de Facultad, han admitido la rebaja del nivel académico que implica la virtualidad, y la pérdida irreparable que supuso un año y medio de este modelo, especialmente para las generaciones 2020 y 2021.

Evidentemente, además de la Enseñanza, la Investigación y la Extensión se han visto brutalmente afectadas con la actividad virtual.

Ahora bien, si estamos de acuerdo en que no es lo mismo la enseñanza presencial que la “enseñanza” virtual, y si sabemos que la implantación de la modalidad virtual o híbrida viene con el empuje imperialista presionando desde hace tiempo, ¿qué es lo que vamos a reivindicar como estudiantes? ¿Becas, horarios y enseñanza universitaria en todo el país, para poder cursar en igualdad de condiciones sin perder calidad académica? ¿O nuestra pelea para quienes no pueden llegar a la Universidad es que la vean por pantalla? ¿Con qué argumentos nos quejaremos después de tal injusticia?

Finalmente, el tercer pilar: desarticulación de la organización.

La virtualidad se nos presenta como cualquier publicidad del mercado: nos vende comodidad. Nos ofrece “estar en clase” mientras hacemos otras cosas, como un producto de Llame Ya que podemos usar para cumplir un objetivo sin esfuerzo, e incluso “sin darnos cuenta”.

Nos ofrece la comodidad de no salir de nuestra casa, así como lo ofrece un delivery de comida; nos ofrece la comodidad de no chocarnos con la realidad de otras personas, al replegarnos a la individualidad, y de apretar un botón para dejar de escuchar a un docente o a una compañera que afirma algo que no queremos oír.

Toda esa comodidad individualista podrá adecuarse a la institucionalidad de las universidades de garaje que tanto proliferan en varios países, pero ¿es adecuable a la Universidad de la República?

Ciertamente, ser universitario/a en la Universidad de la República no es ni cómodo ni individual. No es cómodo porque el nivel de nuestros estudios de grado requiere de esfuerzo, de un compromiso y una dedicación importantes. No es cómodo porque somos universitarios/as de una Universidad Pública, a la que no se le asigna el presupuesto que necesita, y entonces nos vemos en la obligación de sortear precariedades y de cursar a pesar de ellas (falta de horarios, de salones, de docentes, de espacios comunes, de espacios salubres de trabajo para docentes y funcionarios, de espacios de cuidado para nuestras hijas e hijos, etc).

No es cómodo porque como conocemos la realidad de nuestra institución de enseñanza, habitándola día a día, comprendemos la necesidad de luchar por el presupuesto que merece, y no hay nada más lejano a la comodidad que tener que pelear con reclamos desoídos y postergados que invisibilizan necesidades urgentes.

Ser universitario/a en la Universidad de la República no es cómodo y sobre todo no es individual, porque sobre las tradiciones democráticas de nuestra institución, sobre el principio de Cogobierno y los fines que para la UDELAR establece la Ley Orgánica de 1958, y que la comprometen con el interés nacional, hemos construido, generación tras generación a lo largo de su historia, una concepción de Universidad como comunidad universitaria, y una idea de ser universitario que implica el involucramiento con la comunidad universitaria y con la sociedad en su conjunto.

La estructura de nuestra institución necesita, para su funcionamiento, de la discusión y organización a la interna de los órdenes, y del debate y resolución colectiva entre los órdenes, en los órganos de cogobierno. Asimismo, la enseñanza y la investigación académica necesitan de la discusión colectiva y del intercambio con el medio para la construcción de conocimiento (ni que hablar la Extensión).

La virtualidad es entonces para el gobierno la clave para vaciar los espacios de participación y organización, lo que se ha visto en toda la FEUU y en todo el Movimiento Estudiantil durante el último año y medio.

Por todo eso, al producto virtual marketinero le decimos NO. No vamos a promover la desvinculación de las y los estudiantes de su Casa de Estudios. No vamos a decirles a las nuevas generaciones que se queden en casa y que vengan a imprimir un título.

Vamos a decirles que se sumen a la lucha por un mayor presupuesto para la Educación Pública. Vamos a decirles que discutan en la clase, en la cantina, en el hall, en los pasillos, que en nuestras disciplinas es sustantivo discutir calurosamente para aprender, y para enseñar aprendiendo; que se acerquen a los Institutos y contribuyan al desarrollo académico de los estudios humanísticos.

Vamos a decirles que peleen por más horarios para poder cursar y que no se conformen con clases grabadas, que la clase presencial no es sustituible, que la Facultad nos pertenece, y que habitarla es un derecho que no podemos entregar. Que conozcan nuestra Casa de Estudios y que la quieran, porque sin conocerla no la van a querer, y hay que quererla para defenderla.


(2) RAMA, C. 2014. La virtualidad universitaria en América Latina. Universities and Knowledge Society Journal. RUSC, Universidad de la Empresa. Montevideo, p. 37.


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